Supongo que a todo el mundo le sucede alguna vez que ve una casa y hay algo en ella que le atrae irremediablemente, sin saber muy bién qué es con exactitud lo que ha llamado poderosamente su atención. Es lo que me ha pasado con esta casa de campo australiana.

No hay en ella nada especial, nada que pueda ser resaltado en concreto y, sin embargo, no puedo dejar de mirar (y admirar) estas imágenes. En ocasiones no basta un interiorismo impecable, plagado de piezas de diseño, de obras de arte, sino que es suficiente con que una vivienda nos transmita emociones para que sea especial ante nuestros ojos.









¡Ya sé lo que es! El tributo al pasado, los ecos de otros tiempos, la sencillez de la piezas sin nombre, los objetos destartalados por el uso, los libros a los que les faltan las tapas, las paredes irregulares, las mesas y sillas que cojean, las telas desvaídas, sin fuerza, sin color; en definitiva la pátina del paso del tiempo que es visible en cada rincón. La belleza sin más.

Imágenes: Homelife

 

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