En decoración, como en casi todos los aspectos de la vida, no se puede dar nada por perdido; siempre hay un resquicio a través del que se ve la luz o los ojos expertos de un decorador que saben ver las innumerables posibilidades de aquello que, a primera vista, parece irrecuperable.

Es lo que ha sucedido con esta antigua granja sudafricana, absolutamente desvencijada cuando se la encontró por primera vez su actual propietaria, Sarah Owen, quien se enamoró de la granja en el mismo instante en que la vio. Su exuberante entorno junto a un lago era magnífico y ella supo ver todo el potencial decorativo que encerraba.

El magnífico resultado está a la vista: revestimientos recuperados y mobiliario de diferentes procedencias (mayormente de mercadillos y tiendas de segunda mano), pero perfectamente entonado, constituyen un modélico ejercicio de interiorismo.

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